lunes, 24 de noviembre de 2008

:: Ayúdanos... (Capítulo I) ::



"No necesitamos que Dios haga lo que nosotros podemos hacer y no hacemos. No hay necesidad, ni valor, ni nada que ganar, si Dios salva lo que nosotros no queremos salvar. Un Dios que nos salva de las consecuencias de nuestros pecados colectivos es un Dios que nos arrebata la condición de criaturas y la reduce a servidumbre; que nos arrebata el valor de seres humanos y nos convierte en robots; que nos arrebata la dignidad humana y la convierte en una broma. Y, lo que tal vez es aún peor, hace de Dios el narrador de una obra teatral, llamada 'vida', que nosotros escribimos cada día por mandato del Ser al que llamamos Dios. Querer que Dios cambie el mundo puede ser el signo inequívoco de que hay algo que nosotros no somos capaces de hacer."

Este texto es un pequeño fragmento de una obra titulada En busca de la fe, de Joan Chittister (obra que recomiendo a todos aquellos creyentes, católicos, judíos, musulmanes, ateos, confusos... en fin, a todo persona con inquietudes espirituales que quiera conocer un poco más acerca de la naturaleza de Dios y el porqué de algunos de los dogmas defendidos por las religiones más importantes).
Desde el principio de los tiempos, hasta mediados del milenio pasado se creía que todo cuanto acontecía en la vida de los seres humanos estaba causado por Dios.
Dios era considerado el ser supremo que regía las leyes del universo. Pero también se creía de Él que era un dios envidioso y vanidoso, que siempre buscaba ser adorado por las criaturas que había creado.
Los seres humanos lo temían y lo amaban al mismo tiempo, por eso pensaban que su relación con Dios se basaba en un sistema de premio-castigo: aquellos que seguían los dogmas establecidos por las religiones (autodenomiadas las protavoces de Dios) eran premiados con riqueza en este mundo, o con la felicidad eterna en el otro; en cambio, los desgraciados que elegían vivir su vida al margen de las "enseñanzas divinas" eran castigados con la pobreza y la marginación social.

Con la llegada del racionalismo, la Ciencia puso en duda todo este planteamiento acerca del porqué de la vida y la existencia de Dios que se había estado desarrollando durante miles de años.
Las nuevas disciplinas científicas, tales como la medicina o la astronomía, dieron respuesta a muchos de los interrogantes para los que hasta ese momento la única solución era la mano invisible, a veces benévola y otras cruel, de Dios.
A pesar de todos los descubrimientos científicos que revolucionaron la visión del mundo y del universo que tenían aquellas personas, los hombres de ciencia no lograron demostrar la no existencia de Dios. De igual manera, los líderes espirituales y otros tantos sabios no lograron demostrar que hubiese "alguien" en alguna parte que escuchara sus plegarias.

Sin embargo, un argumento contra la existencia de Dios que caló hondo en aquel entonces y que todavía hoy se mantiene es el de: "si existiese un ser supremo caracterizado por su inmenso amor hacia todo ser viviente y su infinita comprensión, nadie moriría en el mundo de hambre ni por otra causa injusta".
Esta justificación de la no existencia de Dios engrosó de sobremanera el "bando" de los ateos. Unos seres humanos sumergidos en una nueva concepción materialista y finita de la existencia, que dejaba coja su parte espiritual, y que veían cada día cómo las guerras y otras atrocidades destruían a la humanidad, se sintieron de pronto confusos y solos, y decidieron que lo más fácil y lógico era aceptar que Dios no existía.
Es fácil comprenderles. Si de verdad Dios está ahí y de verdad nos quiere, ¿por qué permite que muramos de hambre? ¿Por qué las guerras masacran pueblos enteros? ¿Por qué enfermedades como el SIDA dejan huérfanos a miles de niños en todo el mundo?
Un dios cuya característica principal es el amor no lo permitiría... ¿Pero de verdad es Dios quien permite que todo esto pase? ¿O somos nosotros, los seres humanos? ¿Acaso no hay en el mundo suficiente comida para sobrealimentar a toda la población, suficientes recursos para prevenir el SIDA o suficientes alternativas pacíficas a la guerra?
Resulta sencillo culpar a Dios de todos los males que nos hacen sufrir. Pero en el fondo sabemos que nosotros tenemos los recursos para solucionarlos. Otra cosa es que prefiramos mirar para otro lado o enriquecernos a costa de la pobreza de otros...

[Sigue leyendo en el capítulo II]



No hay comentarios: